La poli, la convicta, la gánster y la ladrona (Spanish Edition) by Candice Fox

La poli, la convicta, la gánster y la ladrona (Spanish Edition) by Candice Fox

autor:Candice Fox [Fox, Candice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


BLAIR

Hacía muchos años que no soñaba con el asesinato. Los sueños siempre habían llegado inesperadamente, como ataques sorpresa en medio de una buena semana, cuando mi cerebro más lejos estaba de aquella noche de luces azules y sangre, sangre roja. A veces estaba embarazada, tal y como cuando había matado a Adrian Orlov, y, a veces, Jamie era un bebé que dormía en la cuna, en la preciosa habitación que yo misma le había preparado. Me encontraba de pie junto al ventanal de la cocina, mirando unas explosiones doradas, cegadoras, en el horizonte, por la costa; juerguistas nocturnos que se deshacían de sus fuegos artificiales después de medianoche. Un paisaje oscuro en llamas. Nunca había sido de los entusiastas del Año Nuevo, y como aquel año, además, no podía beber, había decidido pasar la noche sola, viendo en pijama reposiciones de Sexo en Nueva York.

Estaba en medio de uno de mis frecuentes viajes nocturnos al cuarto de baño cuando decidí pararme en la cocina para beber un vaso de leche. Justo en ese momento, como si los vecinos pudieran sentir mi presencia cansada, empezó a sonar la música en casa de Orlov. Suspiré, me incliné y miré la casa de al lado. Luz dorada en una habitación embaldosada. Kristi Zea entraba corriendo y abría un armario que la mano de su novio cerraba de golpe. El puño ancho de Orlov, un puño cuadrado, que iba hacia atrás como si tirara de él la cuerda de un arco y que salía disparado hacia delante y la alcanzaba a ella en la sien. Me pareció que aquel golpe tenía que haber hecho un sonido tan terrible que hasta me dio la sensación de que había podido oírlo desde donde estaba.

Abrí la boca de par en par. A continuación, llegó lo que lo cambió todo. No es que fuera una decisión, fue, más bien, un instinto que me dijo que bajara las escaleras y fuera cuanto antes a la casa de los vecinos en vez de dirigirme a mi habitación, descolgar el teléfono y llamar a la policía.

Estúpida. Arrogante.

Más tarde tuve claro lo que había sido: pura y ridícula bravuconería. La adrenalina me había asalvajado y me había hecho creer que era intocable. El que tuviera dentro de mí una floreciente vida humana me convertía en una especie de dios. Era médica. Creaba vida. En alguna ocasión había traído a alguien de vuelta de la muerte. Milagros. La semana antes del asesinato había llevado a cabo una operación a una niña de cinco años que había quedado paralizada en un horrible accidente que había tenido lugar en la I-10. Sus terminaciones nerviosas eran tan finas como pelos, pero yo la había salvado de pasar la vida en aquellas condiciones. Después de aquello, intervenir en una pelea entre un hombre y una mujer en la casa de al lado me parecía un juego de niños. Entraría allí y sabría, exactamente, qué hacer, como en el quirófano. En cambio, camino de la casa de Orlov, arrogante, lo único que hacía era romper en pedazos mi propia vida un paso tras otro.



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